“Todo se resume en una sentencia sencilla: existen buenas y malas maneras de hacer las cosas. Puedes practicar el tiro ocho horas diarias, pero si la técnica es errónea, sólo te convertirás en un individuo que es bueno para tirar mal”. (Michael Jordan).
La vasta literatura sobre liderazgo, no da una respuesta eficaz acerca de cómo acceder al líder que llevamos dentro. Hemos de bucear en un ingente mar de conocimiento buscando respuestas que muy probablemente ya estén en nosotros. Pero acceder a ello exige de nuestra desnudez, de reconocer nuestra vulnerabilidad, de abrazar lo que somos, seres hechos de luz y sombra. La medida de nuestra vulnerabilidad es la medida de nuestro poder, y se expresa en nuestro liderazgo.
La persistencia sin propósito, la determinación que se convierte en obstinación, la resignación como repuesta a la frustración, son señales que nos advierten de nuestro errático empeño en buscar fuera lo que ya está en nosotros.
Cómo dice Jordan, si nos empeñamos en practicar habilidades con técnicas erróneas, solo estaremos confirmando lo bien que sabemos hacer aquello que está mal. Si mis problemas de comunicación como líder los resuelvo con un curso potente sobre cómo impactar a un auditorio, pero mi problema más profundo tiene que ver con el miedo a hacer el ridículo, cualquier incidente relacionado con este miedo, echará por tierra las bondades del potente curso de comunicación. Este es sólo un ejemplo.
A liderar no se aprende, se evoluciona. Evolucionamos afrontando las creencias irracionales que están en la base de nuestro sistema operativo interno. Creencias limitantes que actúan como núcleo de una vida construida desde ahí, que dirige y gobierna nuestros pensamientos. Que fija las reacciones a los eventos de la vida de forma anticipada y calculada como si de un algoritmo se tratase.
Profundizar en nuestro sistema operativo interno es la llave para iniciar un proceso de liderazgo evolutivo que atiende a etapas de desarrollo. Este proceso nos permite conectar con los patrones y suposiciones más reactivas para explicar su origen y desde ese reconocimiento de lo que somos, podemos escoger desaprender pautas y comportamientos limitantes que nos permiten abrirnos a experiencias de desarrollo más creativas.
Evolucionamos. Evolucionar no es sino la ampliación de la consciencia de quienes somos
Eso es lo que podemos hacer, aprender a evolucionar. Desde el autoconocimiento, como un proceso incómodo, pero revelador y fuente del poder que ocultamos en la trastienda de nuestros comportamientos más limitantes. Porque el liderazgo de mayor impacto e influencia está acompañado de nuestra vulnerabilidad, que no fragilidad, y en ese querer ser completos, como aspiraba Jung, reside lo más esencial, auténtico y poderoso de líder que hay en cada uno de nosotros.
Desaprender es vital. Honra al pasado y a lo que este te enseñó hasta llegar a lo que eres hoy, y desde lo que quieres ser, despídelo y ábrete a una nueva visión más completa de ti mismo.
«Los analfabetos del siglo XXI no serán quienes no sepan leer y escribir, sino quienes no sepan aprender, desaprender y reaprender». (Herbert Gerjuoy)
© François Pérez Ayrault 2018
El articulo me parece muy interesante. No comparto la afirmación «A liderar no se aprende, se evoluciona. » porque para mi el aprendizaje ya lleva implícita la evolución, el cambio… Pero lo matizas bien después.
Muy buena la cita elegida para comenzar el articulo.
Saludos y gracias. Belén López
Gracias Belén, por tu comentario. Estoy completamente de acuerdo contigo en que el aprendizaje conlleva en sí mismo la cualidad de evolucionar: Evolucionamos porque aprendemos y aprendemos porque evolucionamos. Es un ejercicio de continua retro-alimentación. Como muy bien indicas, en los matices es donde pongo el matiz al que me refiero cuando hablo de desarrollar y desplegar nuestras capacidades como líderes desde el auto-conocimiento.
Me ha gustado el artículo.
Felicidades.
Muchas gracias, Josep. Seguiremos aprendiendo, investigando y descubriendo. Un abrazo, François.