En mi dedicación al coaching y al desarrollo del liderazgo, una de las batallas que he librado con más frecuencia es la de la estima personal y la creencia en las propias capacidades y habilidades del coachee. La falta de autoestima está detrás de muchos sueños truncados, de muchas expectativas personales frustradas, de carreras profesionales estancadas, en los que las creencias respecto de cómo creemos ser percibidos se convierten en un muro infranqueable que limita el acceso a nuestra mejor versión. Como dice Tim Gallwey: “El oponente que habita en la cabeza del propio jugador es mucho más formidable que el que está al otro lado de la red”.
Desde los años de mi mocedad he sido un fervoroso seguidor y entusiasta del rock and roll, afición que no he abandonado nunca y que hoy, ya veterano, sigo con la misma fruición y pasión de antaño. Y siempre he sentido una curiosidad tremenda por la trastienda vital de las estrellas, y no tan estrellas, del mundo del rock. Qué hay tras muchas vidas disolutas, breves, intensas, desesperadas, extremas. Ha habido estrellas (Joplin, Morrison, Hendrix, Cobain, Parsons, Scott) que enfrentaron su fama con sus propios demonios personales con fatales consecuencias. Y hay estrellas que perduran atravesando su propio proceso vital y alcanzan la veteranía viviendo en el límite de la cordura y el riesgo; y una vez traspasados, adquieren una sabiduría que trasciende y se refleja en la necesidad de compartir su experiencia. Ahí están los casos de quienes escriben y publican sus memorias, y créanme, no tienen desperdicio, como Keith Richards, Eric Clapton, Ozzy Osbourne, Pete Townshend, Neil Young o quien traigo a estas líneas, John Lydon, más conocido como Johnny Rotten, vocalista de los Sex Pistols, quien hizo un buen ruido allá por los setenta con su irreverente y escandaloso, “Never mind the bollocks, here’s the Sex Pistols”.
Jonh Lydon -Johnny Rotten- participó hace pocos años en un reality show y, relatando su experiencia en sus memorias (La ira es energía. Malpaso ediciones.), trajo una reflexión acerca de su experiencia estando controlado por las cámaras de televisión las veinticuatro horas del día que no tiene desperdicio. Cito textualmente:
“…Es una lección muy positiva: nuestros complejos son mentira. El resto de la humanidad no percibe nuestros defectos si somos felices. A la gente se la juzga por la expresión de su rostro. Si percibes un gesto de debilidad en la expresión, todo se desmorona. Y no importa que estés en forma. Si eres feliz y te aceptas, así es como te verán”.
No puedo estar más de acuerdo. Mi experiencia personal también lo ratifica. Soy sordo, y cuando era adolescente, llevaba unos audífonos de buen tamaño que me desesperaba por ocultar entre el pelo, y ese complejo me acompaño un buen tiempo. Y sólo se desvaneció cuando, tras no pocos avatares, aprendí a aceptarme y quererme tal cual soy, muchos años después, con estupendos audífonos. Y la percepción de la gente cambió. Lo que demuestra que no es el mundo el que cambia, sino que eres tú quien cambia la mirada que tienes del mundo cuando resuelves y superas tus limitaciones.
El liderazgo necesita desarrollarse en paralelo a la complejidad creciente. Necesitamos trascender y evolucionar a un estadio creativo capaz de transformar la mirada de lo que nos rodea e integrar no sólo los resultados, sino las personas y su desarrollo, el equilibrio entre vida pública y vida privada, la sostenibilidad y la responsabilidad social. El desarrollo del carácter es determinante en nuestra evolución, y la autoestima es la clave crítica que lo facilita. Es necesario cambiar la mirada de lo que nos sucede para descubrir los tesoros que hay ahí. Cuando nos aceptamos y evolucionamos las posibilidades y opciones se disparan.
Ya podemos vivir hoy día hasta el hartazgo el tiempo de las diez claves del liderazgo…, los cinco principios básicos de…, las ocho reglas para…, las nueve preguntas que…, las siete respuestas que…; que jamás cambiará el hecho de que el factor determinante para el ejercicio del liderazgo sea la integridad, y esta sólo se forja a través del carácter, para lo que hace falta una autoestima sin fisuras. Algo que se puede aprender igual que se aprende un oficio. Ya lo dijo Aristóteles hace más de 2.300 años.
Lo dicho: Nuestros complejos son mentira.
© François Pérez Ayrault (2019)
Es muy esperanzador verlo así para olvidarse para siempre de ese determinismo nefasto que asfixia tantos futuros. Ahora, una vez que nos hemos encarado ante nuestros complejos para despreciarlos…
Cómo se consigue que sea definitivamente?
Hola Santiago.
Hay maneras y modos de trabajar con los complejos, desde el coaching a la terapia. Cada caso es el que es y tiene su complejidad. Pero un paso importante es tomar conciencia del hecho del complejo en sí. Reconocer lo que es. Dado ese paso, lo siguiente es buscar los recursos internos y externos para cambiar las creencias.
Gracias por el comentario.
Muy bueno y muy cierto 👏👏
Gracias, Ester. Celebro que te guste.