Las lecciones del COVID-19

Inditex, que revolucionó el mundo de la logística, la ha puesto al servicio del Gobierno para traer toda clase de material sanitario: gafas protectoras, gorros, calzas, guantes; además de donar mascarillas y equipos para la Sanidad Española. Empresas como Room Mate, Laboratorios Viñas, Callaghan, Banco de Santander, Nivea, Spagnolo, H&M y otras muchas han mostrado una capacidad de acción solidaria que ha conmovido a buena parte de los ciudadanos. Y estas que menciono son sólo una pequeña muestra. Centenares de empresas, pymes, micropymes, y miles de voluntarios han puesto su tecnología, su talento, sus habilidades y su generosidad para ayudar a combatir la pandemia en todos los frentes. Verlo, como experimentarlo, nos emociona.

Han respondido al tercer vocablo que da título a este artículo: La fraternidad, la gran olvidada que emerge cuando nos las vemos tiesas y empatizamos con el sufrimiento de tanta gente. En nuestra genética, en nuestra memoria, se encuentra la fraternidad, que solo necesita ser despertada. Y debemos echar mano de ella si queremos salir con esperanza de esta situación.

¿Dónde está la fraternidad?

Desde la Revolución francesa, y, con más empeño, desde las revoluciones de mediados del siglo XIX, hemos avanzado mucho en libertades y en igualdad. Y aunque quede mucho por recorrer, ahí están los logros. Pero ¿qué ha pasado con la fraternidad? ¿Por qué la hemos dejado de lado? Las libertades y la igualdad se han concretado a lo largo de los dos últimos siglos en constituciones y leyes en muchos países. El esfuerzo conjunto de los movimientos sociales, sindicatos, parlamentos, gobiernos, lo hicieron posible. Pero la fraternidad es otro cantar, es más un deseo, un derecho moral. No podemos redactar una disposición que nos obligue a todos a amarnos los unos a los otros. Porque ese es el fundamento de la fraternidad: el amor, el amor incondicional.

La fraternidad, que siempre mira al bien mayor, genera consenso, posibilita los acuerdos y es la gran facilitadora de la concordia, se ve mellada cuando nos invaden los intereses, personales, de grupo, corporativos o de partido. Y, por otro lado, hemos reducido los ámbitos de amor circunscribiéndolos a espacios muy pequeños como la familia o los amigos más cercanos. Y eso nos hecho perder la perspectiva. Si creo que mi ámbito familiar es el que es digno de amor, y me separo del resto ¿no hay algo perverso ahí? Si considero que el resto del mundo no es una familia común; que teorizando podría decir que sí, que somos una familia común, pero en la práctica, mi ámbito amoroso es mi familia y entorno más cercano; de alguna manera estoy diciéndole al mundo que mis problemas son mis problemas y tus problemas son los tuyos.

El Covid19 nos ha situado al frente de nuestras miserias como sociedad. Él sí nos ha visto como la gran familia común que somos. ¿Qué necesitamos experimentar para darnos cuenta de que somos una única Tierra, una única raza y una única familia?

Hemos aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos. (Martin Luther King).

Algo no estamos haciendo bien.

Un amigo muy querido me cuenta que siempre hemos visto, organizado y participado en manifestaciones por la igualdad y por la libertad, pero nunca hemos organizado una manifestación para reinvindicar la fraternidad. Parece que hubo un conato con el movimiento hippie en los sesenta, pero seguramente las drogas no ayudaron mucho a concretarlo.

Y no habernos ocupado de la fraternidad ha generado desigualdad social. Siempre hemos hablado de desigualdad en términos de brechas de riqueza y pobreza, en desigualdad frente a la ley, en limitaciones al ejercicio de la libertad. Pero ¿y las consecuencias derivadas del olvido de la fraternidad? Vayamos a nuestros comportamientos sociales ¿o debería decir asociales?

La libertad sin fraternidad es egoísmo y nos lleva a pelear, porque la libertad tiene límites que, si no se aceptan con fraternidad, nos llevan a pelear por aumentar nuestra libertad a costa de los otros. Y al final nos somos libres: “Ningún pueblo que oprime a otro puede ser libre”. Y lo mismo sucede con la justicia. Justicia sin fraternidad es pelear otra vez por la defensa de privilegios y excepciones, es retorcer la ley para que se acomode a nuestros caprichos. Sin fraternidad la justicia es injusta.

Una sociedad dividida y polarizada

Uno de los síntomas que refleja en nuestra sociedad la ausencia de fraternidad es la polarización social y política. Twitter es un clamoroso ejemplo de esa disrupción social que nos tiene profundamente divididos y enfrentados, y tan ignorantes, que ocultos bajo seudónimos y alías no sabemos si hemos insultado a un amigo. Así están las cosas. Somos tan lerdos que hemos institucionalizado el perfil del hater. Con razón decía Einstein: “Solo dos cosas son infinitas: el Universo y la estupidez humana; y no estoy muy seguro de la primera”. Ser un hater o seguir a un hater es una evidencia de lo clamorosa que puede ser la estupidez humana. Un hater o un seguidor de un hater no es más que alguien que tiene miedo. La ignorancia combinada con el miedo produce estos estragos.

Nos da vértigo aceptar la realidad de un mundo que es muy cambiante e incierto. El Covid19 ha mostrado nuestras vergüenzas en ese aspecto. Y frente al miedo que nos atenaza; miedo, que por otra parte no reconocemos como tal, nos agarramos a unas certezas y creencias que cada vez nos van posicionando más cerca de los polos aumentando nuestro extremismo. Lo vemos en la política con los populismos y los nacionalismos. No es producto de la reflexión ni del estudio, es producto de nuestro miedo.

Atrás quedaron los tiempos donde las posiciones tenían un punto de convergencia y de encuentro y nos dábamos la oportunidad de pensar de forma crítica. Nos sentíamos lo bastante libres como para cambiar de opinión. Ahora nos escoramos hacia posiciones más extremas, hacia un pensamiento de grupo que toma una posición unánime y única frente a problemas, que, por su complejidad, necesitarían de una gran diversidad de miradas. Ahí están, por citar algunos ejemplos, el modo de entender el drama de los refugiados desde un signo y el contrario, la inmigración, el cambio climático, la pobreza o el feminismo. Una sociedad dividida y polarizada en posiciones inamovibles, que cada parte en los extremos de los polos pretende imponer por la fuerza, sin margen para el diálogo y el encuentro.

Esta polarización social y política solo pretende la unión de un grupo de personas en torno a una idea, una posición. Los extremos de los polos no buscan la verdad, sino su unión social, su color, su lazo, su insignia o su bandera. Es el precio que pagamos por la ausencia de fraternidad en nuestro discurso, en nuestro programa, en nuestra vida. Somos fraternos si somos de la misma familia, del mismo equipo, del mismo partido, o de la misma tendencia, sea la que sea. He observado, sobre todo en los más jóvenes, la necesidad de condicionar la amistad o la relación a la afinidad política y social. Si tú eres animalista y yo no, tú y yo no iremos a ninguna parte juntos. La situación es crítica. Es una emergencia social de la que no somos conscientes. Es el gregarismo llevado a sus últimas consecuencias. Puro borreguismo. Es, lisa y llanamente, la ausencia de fraternidad. Lo hemos visto en manifestaciones en las que un grupo ha increpado o echado a otro que iba en la misma manifestación, solo por considerar que estaban fuera de su marco de referencia. Otra vez, miedo e ignorancia.

Estamos confusos.

Usamos nuestras certezas para reaccionar de forma programada a los desafíos con que nos interpela el Mundo. Algo así como, ya me cansé de ir al rincón de pensar, que otros lo hagan por mí, yo compro y punto. La verdad no importa, importa mi posición, mi ideología. Y para eso, otros ya me la dan hecha y servida. Es la ausencia de fraternidad que hace que perdamos interés por el otro.

Hemos convertido nuestra verdad en la Verdad, y si los demás no compran mi verdad, es que están equivocados. No solo eso, si no compras mi verdad, estás contra mí.

La fraternidad, el amor fraterno, como concepto moral, se abre a la verdad sea esta la que fuere, no la que uno quisiera que fuera, esa es la gran diferencia. Y en nuestro mundo tan cambiante, tan complejo, en el que el Covid19 no ha hecho sino abundar más en la incertidumbre, lo que menos queremos es buscar la verdad, lo que queremos es aferrarnos a aquellas creencias que encajen con mis ideas y deseos. No respondemos a los desafíos, reaccionamos a nuestra ansiedad.

Si el mundo es incierto, y parece ser que seguirá así, si es complejo, y seguirá así, si es ambiguo, y seguirá así, si es volátil, y seguirá así; nuestra respuesta no puede ser reactiva, como si los patrones y la experiencia del pasado nos dieran las claves para afrontar lo que ha de venir. Es más complicado que eso. Por ello es importante aceptar que la incertidumbre va a ser el escenario habitual, y que nuestras certezas, nuestras verdades están llenas de flaquezas. Eso es lo que hace que estemos viviendo esta polarización social, que es la peor respuesta que podemos dar a esta situación. La Tierra, el Mundo, la Naturaleza nos están pidiendo unidad, apertura y fraternidad.

Muchas empresas, muchas personas, llamadas por la compasión, por la fraternidad, han hecho un esfuerzo titánico por ser parte de la solución en este tiempo de pandemia. Aprendamos de ellos. Podemos familiarizarnos con la incertidumbre si entre todos nos apoyamos, si entre todos podemos conversar, dialogar, más allá de nuestras creencias y postulados. Nadie posee la Verdad con mayúsculas, todos tenemos nuestra verdad relativa, y no podemos, ni debemos, imponérsela a nadie, ni enfadarnos a causa de ello. El conflicto, la discrepancia, la controversia, disparan la creatividad. Si me hago inamovible en mis tesis estoy perdido; si me abro a la experiencia del encuentro, avanzaremos y aprenderemos juntos, fraternalmente.

Las empresas que superan las crisis son aquellas que desarrollan un modelo de liderazgo positivo, un modelo de gestión y relación basado en el sentido de propósito, en el potencial y desarrollo de las personas, en las conexiones y significados positivos. Las organizaciones más resilientes, aquellas que son capaces de sobrevivir a las crisis, o aquellas que no solo sobreviven, sino que salen renovadas y reinventadas, lo son por la capacidad que tienen de movilizarse en torno a su misión, o a la renovación de su misión. Y para que esto suceda, las personas han de creer, apoyarse, cuidarse, comprometerse y tomar la iniciativa. Todas, actitudes que definen por sí misma a la fraternidad, que es vivir compasivamente, que no es otra cosa que amor en acción.

Si, pues, para superar la crisis necesitamos creer, cuidarnos, apoyarnos y comprometernos, y la polarización lo único que provee es alejamiento, resentimiento, ira, confusión y odio, y si sabemos que las emociones negativas nos nublan el juicio ¿qué necesitamos que nos pase para darnos cuenta de que hemos de dar un giro al modo en cómo nos relacionamos?

¿Qué tal si organizamos la primera manifestación por la fraternidad en el Mundo? Suena tan utópico que hasta produce sonrojo.

Pues eso, o tiramos de fraternidad o la próxima pandemia, guerra o catástrofe se encargará de recordárnoslo por enésima vez. La infinita generosidad del Universo es lo que tiene, siempre nos brindará la oportunidad de aprender. 

© François Pérez Ayrault 2020 – Zinkintalent España