Qué enseñamos a los demás
La situación excepcional provocada por el coronavirus ha desplegado lo mejor de nuestra sociedad. La entrega incondicional, desinteresada y en condiciones de alto riesgo de muchos sectores profesionales, empezando por los sanitarios y continuando por los transportistas, los sectores primarios, la distribución, la logística y otros tantos, hacen soportable y llevadera esta experiencia inédita del confinamiento.
Pero también ha hecho emerger de forma notable la figura del cretino, esa especie de reducto antisistema encantado de conocerse, descreído, investido de un halo de superioridad moral que, en su indisimulada aparición en estos momentos tan duros, hacen brillar aún más la callada labor de tanta gente solidaria, generosa y altruista.
En estos días de comportamientos ejemplares, hemos visto, como se ve un chicle pegado en una pared, la figura del cretino. Cretinos que salen a correr, cretinos que salen a montar en bicicleta, cretinos que llevan la basura a kilómetros de su casa, cretinos que sacan al perro a pasear durante horas, cretinos que ofrecen sus perros en alquiler, cretinos que los alquilan, cretinos que pasean a mascotas de juguete, cretinos que se van a dar vueltas y vueltas con una bolsa de la compra, cretinos que se van a esquiar, cretinos que se esconden en el maletero del coche, cretinos que insultan al Ejército, a la Guardia Civil, a la Policía, quienes se están dejando la vida por protegernos de la pandemia…, y de los cretinos.
Pero ¿qué define a un cretino?
Un rasgo del cretino es que cree tener una serie de privilegios en la vida basándose en una sensación personal de superioridad, que lo inmuniza frente a las críticas de los demás. Un cretino no tiene nunca en cuenta a los demás. Y tiene su explicación. Se es cretino porque el no tener en cuenta a los demás hace que el cretino no pueda apreciar el hecho de que está siendo insolidario, egoísta, machista, cruel, misógino, desconsiderado o maltratador.
Pero ¿se puede dejar de ser cretino? Es difícil, mas no imposible. Según la psicología moderna, como tantos otros comportamientos asociales, un cretino debe hacer su propio viaje interior y llegar al momento en el que surgió el primer comportamiento como cretino y preguntarse de qué le salvó. Pero, insisto, es difícil; un cretino no sabe que lo es, lo que dificulta, y mucho, su recuperación. Aunque hay autores que piensan que, si alguien es capaz de reconocer su arrogancia, es posible que un hecho disruptivo en su vida le lleve a tomar conciencia de su estatus de cretino.
Lamentablemente no hay recetas eficaces para desactivar al cretino, la única que funciona es la misma que para el COVID19: la distancia social. Así que hasta que haya una vacuna contra el cretino, lo único que podemos hacer es alejarnos de ellos tanto como sea posible.
© 2020 – François Pérez Ayrault
Soberbio
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