Hace unos días, al cierre de un capítulo de la serie Ray Donovan escuché una canción que tenía grabada hace cuarenta años. Era una cinta de cassete que de tanto escucharla acabó estropeándose y no la volví a oír. Nunca supe de su título ni de su autor. Pero tuve la agilidad de sacar el Smartphone, y con la aplicación Shazam, que reconoció la canción, el intérprete y el álbum, desconocidos en España en aquellos años, pude disfrutar de la canción “Desperado under the eaves” de Warren Zevon. Fue una experiencia emocionante, plena de recuerdos y sentimientos.
A lo largo de la vida, vivimos momentos disruptivos, una revelación, una manifestación que cambia nuestro paradigma. Esta anécdota fue una epifanía.
Inmerso como estoy en comprender las implicaciones de la transformación digital, pues de eso va el artículo, y de vuelta al tajo, vemos que está cambiando la forma de trabajar, de colaborar, de crear, de liderar, de relacionarse…. Los equipos virtuales son una realidad ya. El talento, la información y el conocimiento son la moneda de cambio en las interacciones entre empresas. La jerarquía pierde peso frente a la transversalidad. Las voces más críticas buscan su espacio en las nuevas empresas. Como señala Jesús Briones en su excelente libro “Promesas y realidades de la revolución digital”, no afirmaré que se trata de una revolución a la altura de la primera revolución industrial, pero es un hecho disruptivo que comenzó a forjarse en los 70 y que hoy está produciendo cambios a gran velocidad.
Esta experiencia fue una epifanía. La transformación digital es un hecho. Big data, IoE, Cloud computing… irrumpen, nos sacan de los despachos y nos descolocan. Las oficinas sin papeles, los puestos de libre disposición, la deslocalización del personal son los nuevos ecosistemas profesionales. Hemos de aprender a vivir en un suelo que se mueve bajo nuestros pies y ya lo hará siempre, a la velocidad de los cambios. Hemos de gestionar nuestros proyectos y negocios con la mirada puesta en dar poder y juego a nuestros equipos y colaboradores, dándoles autonomía y espacio para la creatividad. Hemos de crear espacios profesionales, presenciales y virtuales, donde la confianza mutua determinará el nivel de compromiso y responsabilidad hasta alinearse con la visión. La retribución no bastará para retener a los mejores, tendremos que ofrecer más y mejores incentivos intangibles como el ambiente o el reconocimiento. Deberemos reconocer ese talento en nuestras bases y entusiasmarlos con las mejores expectativas de una carrera profesional. Dirigiremos equipos a través de videoconferencias y otros soportes, y tendremos que motivar en entornos complejos, diversos, multidisciplinares y deslocalizados.
Los directivos debemos ser muy conscientes de ello y reformular nuestra relación con los cambios. Estos se están produciendo día a día, y el mejor modo de abordarlo es sumarse a él, con sabiduría, pero sin reservas y sin resistencias. Nuestro deber directivo es impulsar dicha transformación.
Cuando perdí aquella cinta jamás pensé que con los años pudiera volver a traer aquella canción de nuevo a mi vida, salvo por una feliz casualidad. Pero esta experiencia, claramente causal, conectó una escucha involuntaria con una acción digitalizada que me permitió conectarme de nuevo con aquellos recuerdos.
La transformación digital lo hizo posible.