Si algo caracteriza a la gestión de hoy es que a los paradigmas clásicos del liderazgo se les aprecia cierta pátina obsolescente.

La transformación digital, la diversidad multicultural, los procesos en permanente actualización y revisión, la necesidad de llegar a resultados, las personas como el principal valor de las organizaciones, la necesidad creciente de reconocimiento y autorrealización en niveles medios de las organizaciones, exigen una profunda revisión del impacto de nuestro liderazgo.

Las organizaciones quieren reinventarse, desean transformarse, y el liderazgo se enfrenta a una nueva forma de dirigir, de interaccionar, de responder a un marco más complejo. No solo del mercado o los clientes, sino de las personas dentro de la organización. Las expectativas que un staff tiene sobre el liderazgo exceden las capacidades de aquellos llamados a dirigir personas. Ya no se trata de hacer tareas y punto, quieren saber por qué y para qué lo hacen.

Liderar es servir. Y aun cuando los muchos discursos sobre liderazgo han acentuado la cultura y vocación de servicio, rara vez ha caracterizado el liderazgo este rasgo de una forma auténtica, desprendida, incondicional. Es decir, el liderazgo entendido como la expresión máxima de la capacidad de renuncia y la negación de sí mismo del líder.

Un gran líder es alguien dispuesto a apartarse del camino del reconocimiento y del estatus para hacer brillar y expandir el buen desempeño de sus equipos y colaboradores.

Un gran líder es capaz de gestionar la complejidad y la incertidumbre en la interacción y relación con otros, se enfoca en lo que quiere ser y crear, no en lo que tiene que hacer o quiere tener. Eso se acabó. Y cuanto antes lo acepte, antes podrá iniciar un camino de transformación. Camino que pasa por reconocer los patrones reactivos que impulsan mis comportamientos y tomar conciencia de las creencias y pensamientos que explican mis acciones y decisiones.

Las personas son el camino, y mi responsabilidad como líder es hacer que brillen, que se expresen, que sean oídas y escuchadas, que sean partícipes de la misión, visión y que se conecten a los valores desde la ejemplaridad y la coherencia.

UNA MENTALIDAD DE LIDERAZGO DIFERENTE

Los resultados ya no son el objetivo. Lo son los procesos, si presto atención a los procesos y a las personas dentro de los procesos, los resultados llegarán y serán espectaculares.

Los patrones de gestión basados en el control, en el cientificismo de la administración, son la expresión de una cultura basada en el temor. De tomar decisiones desde lo que quiero evitar, de jugar para no perder. El liderazgo abierto y comprometido con la aceptación de la complejidad creciente juega para ganar, es un acto universal, expansivo, creador y de autorrealización.

Si queremos organizaciones innovadoras, creativas, expansivas y en permanente actualización debemos tener un sentido de propósito, una visión, y una interacción real y cercana con el mundo y la sociedad a la que servimos. Las estrategias deben estar abiertas a cambios constantes y rediseños que exigen pautas no centradas en el control, en la excesiva y lenta planificación, sino en la frescura de una organización abierta, plural, interactiva en todos los niveles.

Es la gestión de un todo que es mucho mayor que la suma de sus partes

La complejidad del liderazgo nos abre a nuevos paradigmas, a nuevas formas de relacionarnos, a observar la propia vida como un sistema que forma parte de otro sistema y cuyas relaciones son complejas, dinámicas, discontinuas, y el liderazgo debe dar respuesta en ese contexto poco funcional y muy creativo. Todo está conectado, todo, nada escapa a esa conexión en la que es necesario bucear, observar e interpretar sabiamente.

El liderazgo es, en suma, pura creación.

“La complejidad del liderazgo hoy a través de una experiencia de alta cocina” Club GARVM

© François Pérez Ayrault 2018